Wednesday, February 01, 2006

En el cielo de los perritos


Ya, y mi Coquita ya se fue al cielo de los perritos, como dijo mi prima Astrid, debe estar corriendo de nube en nube y de vez en cuando se encuentra un salame por ahí y le hace ojitos.
Vivió 11 años, me acompañó toda una vida. Hace dos meses el perrólogo dijo que sólo le podíamos dar una mejor calidad de vida, porque su corazoncito ya estaba como el de una viejita de 95 años. Y eso hicimos, la cuidamos, dormía adentro, compia pedigree en lata, le cortamos su pelito, la quisimos más que nunca. Y estuvo hasta último minuto haciendo sus maldades, enferma y todo, sacaba las calas de mi mamá, se robaba la basura, etc. En fin, siempre fue traviesa, odiaba los niños, ñaca, ñaca, huesitos frescos debía decir. La última víctima de su voraz hocico fue el veterinario. Pero dentro de la casa era un solcito. Eterna compañía de todos nosotros querida por toda la familia, mataba las arañas, abejas, moscas, era ella o el resto de la flora y fauna en el patio. Dormía en una almohada de cuya procedencia no quiero acordarme y en una casa de mimbre que la rescató hasta de la basura una vez que la quisimos botar. Esa era su casa, y nadie se la podía tocar. Y para abrigarse, sólo le gustaba el papel de diario, todos los días un diario nuevo, que picaba cual ratón y luego se acostaba. Cuando era más chica, tenía una casa de palo convencional, pero dormía en el techo, sí, tipo snoopy. Siempre fue rara, habría puertas con la pata cual mano humana, cuidaba sus pertenencias asquerositas hasta la muerte, guardaba los cadáveres de moscas y abejas como trofeos de guerra.
Fue una perrita especial. Tuvo una vida de perro privilegiada. Se enfermó sólo dos meses, hasta las últimas hizo sus maldades pero ya su corazón no le resistió. Los últimos días dormía a mi lado, y tocía y tocía, pobrecita. No quería bajarse de la cama, hasta que le hablé, y le dije que ya podía descansar, que me había acompañado muchos años, que la habíamos querido mucho mucho mucho, pero que ya estaba cansadita y tenía que irse al cielo de los perritos. Y miraba con sus ojitos ya nublados. Esa noche no durmió nada, y por la mañana, mi mamá le oró para que ya descansara, y se acostó en su cuchita y se quedó dormidita para siempre.
La enterramos en el cementerio de mascotas de mi tía Eliana, allí descansan el gallo L Chantecleer, los pollitos Francisco y Francisca, el Jens, la Charlot, el gato Culebrón, el Pececito de la Cata, y ahora mi Coca. Estuvieorn en su funeral sólo los que aman de verdad, a los humanos, y a los animales. Es como la historia del Principito, que deja entrever el límite escaso que hay entre amar un humano y amar un animal. Aquel que no comprende la historia no se sumó a este funeral. A mi Coca no le hubiera gustado, hubiese hecho "grrrhhrrrrr".
A algunos les puede parecer raro tanto amor a un animal, pero son tan fieles, tan hermosos, tan dependientes de uno, y te mueven la cola hasta en las peores circunstancias. En realidad, me da lo mismo, porque yo amaba a mi perrita, me acompañó muchos años, hasta lloré con ella a veces, y me miraba y movía sus orejitas expresivas. Sí, tenía self.

ADIÓS COQUITA, TE QUEREMOS MUCHO, QUE DIOS TE TENGA EN LA NUBE DE LOS PERRITOS Y TE VAMOS A RECORDAR SIEMPRE. GUAU GUAU GUAU, SNIF SNIF SNIF.